
Necesitaba dos besos
y la fortuna le ofreció uno
lanzado por debajo de la mesa.
Resultado propio de la necesidad
le ofreció el otro aceptándolo.
Dos noches, dos historias, dos tiempos
en busca de afecto y comprensión.
El uno perdido en una niñez difícil.
El otro disoluto en la añoranza
de sentirse querida.
La libertad le llevó a la soledad.
La falta de ella a una nada vasta
llena de responsabilidad atávica.
Niñez raptada, adulto pueril
viviendo imágenes no propias
soñando una idealizada realidad.
Mujer madura, suspirando
por la primavera ya olvidada.
Y en un abrazo ennobleció el momento:
cómo me gustaría, dijo
que esto fuese real.