Intento
despertar como despertaba ayer
con la
prisa, la recogida de los platos,
la
horquilla sujetando el cabello erizado
colocándome
el mismo pantalón del día anterior.
Preguntar
por la salud mientras busco la llave cargada de trabajo;
-hay
que serlo y parecerlo- les digo,
con la
sonrisa que me caracteriza
y
todas la verdades en esa cadena desafiante.
Lo
intento, trago saliva, recito mi mantra
el que
inventé hace ya tantos años,
“no me importa”, “no me importa”
“no me importa” y vuelta.
Intento,
os lo juro, lo intento.
Pero
en casa, caída de la tarde,
sazono
la cena con su aroma,
escudriño
el móvil por si acaso,
leo un
poema , lo releo,
escudriño
el móvil por si acaso,
y
vuelvo a intentar dormir como ayer,
sin
que me desvistan sus manos,
sin
mirar su gesto avalando mis historias
sin
utilizar su hombro como almohada
sin el
nudo maldito en la garganta.
Y
duermo, cómo no, porque... ¡qué me importa!