
A la llama le cuesta
seguir siendo;
le acercamos,
por un lado,
una hoja seca,
por otro, una nuez
para que se avive,
y ella responde
con esfuerzo.
Qué lento su auge.
La pequeña llama
nos permite sonreír
se vanagloria, salta
reflejándose en nuestros gestos…
y olvidamos su existencia
por un instante.
Entonces,
hace amago de fuga,
chisporrotea,
se retuerce,
nos hiela.
Celosa de nuestros ojos,
prefiere morir
antes de ser
testigo relegado
del indudable desenlace.