
Antes de entrar en casa
he de desposeerme
de cuanto vagaba por la calle.
Las cosas inertes parecen
despertar y se aferran:
un sombrero a mi cabeza,
incrustado, envasado al vacío;
esas zapatillas viejas
saliendo del contenedor
caminando con ellas;
gafas sin cristales;
un periódico atrasado
a mi mano;
una bolsa del mercado
con restos de merienda;
dos frases dichas sin sentir
que repito como mías
y un gato que persigue la raspa
pegada a un abrigo ajeno.
A veces lo consigo,
otras, no me reconozco
en el espejo del baño.