
Se llevaron la “ll”
de todas mis llaves,
por eso no las encuentro;
con aves en mis manos
volé hasta otros sitios donde habitar,
donde la “ll” es inútil porque
no hay llantos, ni ellos o ellas,
ni llaves, ni huellas.
Se llevaron la "ll"
por eso olvidé llamarte;
y quedó, como fino cristal
el labrado, sonoro: “amarte”,
que perdura sin necesidad
de juicios, pruebas o edad.
Se llevaron la “ll” y olvidé llorar.
Ahora rezo como niña que cree
que Dios lo concede todo.