Tengo la suerte de haberte vivido,
de haber atravesado el frío muro
que resguarda tu enigmática esencia;
de que te llevaras parte de mi risa,
que seas tú, tu nombre
y no un apodo familiar.
Tengo la suerte de haber sentido
el empuje de la eventualidad
que obvió senderos alternos,
evitando otro destino,
hoy ya parte de argot común
para expresar lo eludible.
Tengo la suerte de saber
que, como ave migratoria,
aparecerás cada invierno a mi lado
para compartir una lujosa mesa,
la lluvia, el fuego, el camino…
Pero me cuesta
no pedir nada,
acompañar tu ausencia,
sonreír sin ti,
soltar tus alas
dejarte volar,
dejar de volar.
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