Dejé mis brazos caer
y se derrumbó mi cuerpo
llenándose de fango.
Ese olor me era familiar.
Conocía la derrota.
Los soldados sedientos
apoyados en otros cuerpos
con la esperanza olvidada
y sólo el instinto para llegar a salvo.
Yo ya sabía de esas cuitas
cuántas guerras perdidas,
cuántas noches en vela,
descalzos, hambrientos.
Alguien fumaba
y me acordaba de los muertos,
de los avisos en las cajetillas,
con la mueca a modo de sonrisa
por la desfachatez de semejante aviso.
De nuevo derrotada por debilidad.
El deseo inconfesable del roce.
La estrategia minuciosa y solapada del traidor.
Fango.
Y ese olor putrefacto del orgullo gangrenado.
Y ese olor putrefacto del orgullo gangrenado.
Esta vez sólo se tocó el orgullo,
mi orgullo, mi tabla de salvación.
Ganaste.
Un trofeo en lugar preferente.
No es cualquiera quien, aún
con súplica reiterada de indulto,
apuntilla a la víctima mirándola a los
ojos.
Ganaste. –aquí escribiría enfáticamente
uno de nuestros magníficos tacos pero no sería poético; imaginadlo, pues.-
Amputé lo podrido.
Portadora de bandera blanca,
hoy, soy presa fácil.
2 comentarios:
É sinónimo de liberdade, tudo aquilo que cheira a podre não vale.
Benvinda!!!
Abraços de vida
Gracias, Duarte. Besos.
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