Eran cinco;
una negra,
dos de encaje,
otra blanca
y de leopardo.
Ésta no me la pondré
pero el lote es una ganga.
Días de lluvia
no secaron la ropa.
Marchar aprisa,
la maleta por hacer
y el cajón íntimo vacío.
Turno de los del banquillo,
la oportunidad de los que esperan
a que se lesione el titular.
En fin, nadie lo va a saber
y el leopardo rugió en la maleta.
Al ponérmela me sentí sexy,
deseo táctil de lo prohibido,
música de cabaret
y sonrisa socarrona,
pero.. .nadie la verá.
Algún tiempo después,
me confesaron,
menos azaroso
que yo al saberlo,
que por posturas
no adecuadas,
el leopardo volvió
a rugir ante sus ojos
reclamándole.
PRIMAVERA
Hace 1 semana
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