La ciudad azul me mira
y sabe lo que quiero.
No hay nada
que no pueda ofrecer.
Envuelta en el añil
me asusta e intento alejarme.
Su aroma me sigue:
verde menta, oscuro café,
vainilla, canela...
"Lo tengo todo", me dice,
"no es a mí", me digo;
y las voces se repiten en eco
como llamando a la oración.
Rezo.
La ciudad roja espera,
guiña, se esconde,
me balancea y mece en su seda.

Quiero dormir.
Ella no descansa
y yo me rindo a sus sabores:
dulce, muy dulce;
especiado, amargo, fuego.
Busco desesperadamente el agua
y sus brazos rodean mi cintura
hasta que quedo cubierta de mar.
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